Por Edgar Vargas
Cuando Alberto Samudio se dejo convencer por Nicolás del Castillo para que ocupara el cargo como Director de la Corporación de Turismo de Cartagena en 1973, no sospechaba que sobre sus hombros caería la enorme responsabilidad y el privilegio de restaurar el TEATRO HEREDIA, una verdadera joya arquitectónica de la ciudad y patrimonio cultural del mundo.
Alberto es arquitecto de la Universidad Javeriana de Bogotá, especializado en Restauración y Ambientación de Monumentos como becario de la OEA en el instituto de Cultura Hispánica de Madrid. Tiene además una maestría en Conservación y Rehabilitación del Patrimonio Construido del Instituto Politécnico “José Antonio Echeverría” de La Habana, pero asegura que su verdadera especialización la hizo durante más de 15 años que duró el proceso de restauración del Teatro Heredia.
Su trabajo paciente y esmerado lo hizo merecedor del Premio Nacional de Arquitectura en la categoría “Restauración”, distinción que repitió en dos ocasiones más, por la restauración de la Batería del Ángel San Rafael en Bocachica, y el Palacio de la Inquisición en el 2004.
Alberto Samudio, a fuerza de vivirla, conoce como nadie la historia del Teatro. Con facilidad recorre de memoria los caminos que conducen al nacimiento de esta obra arquitectónica ecléctica, prototipo de los teatros europeos del siglo XIX, cuyo esquema de herradura fue transplantado a las recientes repúblicas independientes de América. Sabe que está en mora de realizar por escrito las memorias completas del proceso de restauración y plasmarlas en un libro que nos acerque a todos, a una narración de incalculable valor histórico, pero que conserva en la voz de Alberto, la musicalidad de los cuentos bien contados, llenos de anécdotas y humor, que nos convencen una vez más, que detrás de una gran obra, solo existe el trabajo incansable y la dedicación amorosa de sus protagonistas.
Cuando 1970 el Teatro cerró sus puertas indefinidamente debido a deterioro producto del abandono; nació una luz de esperanza con la gestión adelantada por el Doctor Rafael Gama Quijano, gerente del Banco de la República durante el gobierno de Turbay, quien propuso que el Teatro fuera adoptado por el Banco en comodato por un periodo de 99 años.
Inmediatamente el Banco contrato con Germán Téllez un plan de remodelación que incluía cambios radicales en la arquitectura del edificio. Fue entonces cuando se inicio el proceso de desmonte del lugar con un trabajo dispendioso y ordenado, en el que cada pieza desmontada fue guardada bajo riguroso inventario y almacenada con precisión en el edificio Benedetti, que sirvió de bodega durante varios años. Posteriormente todo el material se traslado al claustro de Santa Teresa, aprovechando la reciente adquisición que el Banco de la República había hecho de este edificio, con la pretensión de realizar allí una remodelación y posterior ubicación de la sede del Banco, que finalmente nunca se llevo a cabo. Las propuestas de remodelación hechas por Germán Téllez encontraron una fuerte oposición por parte de la Sociedad Colombiana de Arquitectos, que solicitó con total autoridad que la edificación no fuera remodelada sino restaurada.
Con la llegada del gobierno de Belisario Betancourt, todos los sueños de restauración quedaron en el vacío burocrático y por un periodo de mas de cuatro años, no se llevo acabo ninguna labor en este sentido. La nueva administración del Banco de la República aprovechó para librarse del compromiso del comodato a 99 años, y propuso una figura de protección que se renovaría año tras año, y que concluiría cuando el proceso de restauración estuviera terminado. Así las cosas, lo único importante que se había logrado hasta el momento, había sido el proceso de desmonte y aseguramiento de las piezas que por encargo lo había hecho el mismo Alberto Samudio, y que bajo la protección del Banco garantizó su vida útil durante más de 20 años.
Sintiendo que el proceso sufría un estancamiento sin límite, Alberto Samudio presenta un proyecto de restauración al Banco de la República, producto de una investigación profunda que lo lleva a recorrer todos los escenarios colombianos y Latinoamericanos de características similares, adquiriendo un amplio conocimiento sobre el tema que le permitiría conducir con éxito uno de los trabajos de restauración más importante de Colombia.
Con la llegada del presidente Barco al poder, comienzan a llegar pequeñas ayudas económicas que generan un proceso de trabajo forzado por etapas, las cuales manejadas con una visión correcta y con total austeridad permitieron el escalonamiento exitoso de la obra que concluiría en el año de 1998, gracias al interés y la gestión realizada por Jaqui de Samper quien se encargo de buscar los grandes recursos provenientes del Banco de la República, el Fondo de Inmuebles Nacionales, el Instituto Nacional de Vías a través de la sub dirección de Monumentos Nacionales, y el Ministerio de la Cultura por un valor total de $ 5.081.280.000.
Cuando Alberto comienza a contar las historias que rodearon esta maravillosa obra, no puede evitar la tentación de recordar el osario que encontraron en el piso del Teatro, herencia de un antiguo claustro que existió en el mismo edificio, y que decidieron dejar en su lugar para que se acompañara de la bella música que volvería a sonar en el magnífico escenario. También se le nota inquieto cuando revive una propuesta de la época, que pretendía convertir el Teatro en un Velódromo. Su gratitud no tiene limites con el maestro Grau quien con solo una llamada acudió presto para donar el hermoso “Telón de Boca” y el “Fresco de la Lámpara”, obras que le consumió varios meses de trabajo y que le dejo un cuello ortopédico de recuerdo, después del esfuerzo realizado con la obra ubicada en el techo del teatro al mejor estilo de Miguel Ángel.
El equipo de carpintería realizó un trabajo admirable y por supuesto los trabajos en Yeso de José Antonio Moreno y el Dorador Henry Arias fueron impecables, su pasión con la obra los llevó a desarrollar una escuela paralela de preparación de artistas locales que permitió la viabilidad económica de la fantástica restauración.
Para ese entonces las cosas fluían con gracia a favor del Teatro; con un remanente que quedó del presupuesto de reparaciones del Centro de Convenciones, y que hábilmente había sido puesto en un depósito a termino fijo para que ganara dividendos, esperando una ocasión especial para ser re-invertido, se compró el bellísimo Piano Steinway, sin duda uno de los grandes atractivos del Teatro.
Fue una época hermosa y complicada para Alberto, quien recuerda con humor el mal genio de los vecinos del Teatro ya que veían con malos ojos el campamento de trabajo improvisado en la plaza de la Merced, y la bodega de materiales sobre la calle Don Sancho. Mientras tanto él recorría palmo a palmo cada espacio de la vieja edificación evocando a esas miles de almas que habían vivido con su ser, la esencia de lo que fue el proyecto cultural más importante de su tiempo, y que convocó por espacio de 60 años a los más grandes artistas nacionales e internacionales. En uno de esos momentos, revisando el piso de la platea, surgió la idea maravillosa por concejo del Ingeniero experto en acústica, Gonzalo Durán, de crear un piso vacío que tuviera comunicación de aire con el foso, generando de esta manera un efecto de guitarra gigante que favoreciera la acústica del Teatro.
Por esos días Alberto no dormía bien, fruto de la enorme responsabilidad de revivir el Teatro. Con frecuencia soñaba que la obra fracasaba, veía una pared qué repentinamente, se caía, ó que había un accidente irreparable. Todavía hoy, lo persigue la responsabilidad de apoyar y dar continuidad a su obra consentida; eso se hace visible al recordar cada detalle, cada esfuerzo, cada personaje, como los que ayudaron a colgar la bellísima lámpara hecha en cristal de bacará, pero ensamblada en Envigado por un costo de 18 millones de Pesos.
Alberto ha puesto su alma y su vida en cada proyecto que ha realizado y eso lo ha convertido en una autoridad en la materia. Conocimiento aprovechado con sabiduría por la Universidad Jorge Tadeo Lozano, en donde se desempeñó como Decano de la facultad de Arquitectura durante varios años. Hoy dedica todo su esfuerzo a sus proyectos particulares que dirige con el éxito acostumbrado.
Desde Traviata, ofrecemos el mas afectuoso saludo a un ser humano magnífico que se ha ganado el respeto y la admiración de todos, a base de trabajo y tenacidad.
Foto 1: Fotografía de Bernardo Danies tomada en Diciembre de 2005. Foto 2: Prueba litográfica en blanco y negro. Filtro fotografía antigua. Editorial Bolívar Foto 3: Esta fotografía tomada durante la primera etapa de la restauración muestra el montaje de la estructura metálica de los palcos.
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